domingo, 17 de julio de 2011


El mejor olor del mundo

A casa de la señora Consuelo iba mucha gente y todos salían con cajas de cartón manchadas de lamparones de aceite y perfumados con un olor que para mi era el mejor del mundo, salvo la colonia de mi mamá.

La señora Consuelo vendía magdalenas que olían mejor que el flan, mejor que los buñuelos rellenos, mejor que en la tahona del señor Julián. Pero mi abuela no se hablaba con la vecina y los únicos bollos que yo comía eran unos suizos con forma de conejito que vendían al lado de la estación.

El día que bautizaron a Marianín yo andaba saltando charcos cuando la señora Consuelo me chistó –niña, coge una- me dijo acercándome una caja llena de magdalenas calientes, cogí la más grande y salí corriendo. Me escondí en el patio junto a las gallinas, me llevé la magdalena a la nariz y sonreí, no se lo contaría a nadie, ni siquiera a mi madre cuando viniera a vernos.

sábado, 19 de febrero de 2011

¿Tienes un pañuelo?

Araceli se metió las manos en los bolsillos del baby buscando algo, no lo encontró, miró debajo del pupitre y tampoco. Volvió la cabeza y se cruzó con mis ojos, hizo una bocina con las manos para que no la oyeran y me dijo flojito:
¿Tienes un pañuelo?
Araceli era lista, no la más lista, pero siempre sacaba ochos. Su padre era pescadero: un señor muy grande, muy gordo, con los ojos de sapo y mucho dinero, porque su puesto era de los más grandes del mercado.
Yo estaba perdida, Araceli sabía que sería abogada.
Saqué un pañuelo sobado que tenía en mi bolsillo y se lo acerqué. Ella cogió una esquina que metio en la nariz dando vuelta a derecha e izquiezda hasta que despegó los mocos secos que la molestaban. Luego lo dobló con cuidadito y me lo devolvió.
-Gracias- me dijo.